jueves, 15 de septiembre de 2011

Los Ultimos cinco minutos...


El calor reinante era soportable gracias a la alta humedad, entre las aguas tibias los ammonites danzaban al ritmo de las corrientes ecuatoriales, mientras los peces ancestrales nadaban entre las gruesas algas y los corales adornaban el fondo marino con colores vivos y fosforescentes.


Un pequeño Mosasaurio (de solo 9 metros, cuando adulto fácilmente alcanzará los 17), un Clidastes, persigue a una cansina tortuga pequeña entre el fondo marino tapizado de sedimento y plantas, sus dientes, joyas de la evolución eran verdaderas sierras capaces de cortar las carnes con un solo golpe de sus fauces, las escamas diseñadas para darle velocidad bajo el mar brillan con los destellos de sol que penetran las aguas y su grácil cuerpo maniobra delicadamente entre unas esponjas gigantes de colores ambarinos. Con un movimiento de sus aletas semi palmeadas detiene su marcha y se prepara para el ataque final, la acorazada tortuga ni se ha percatado de su presencia y come tranquilamente un camarón que tritura entre su pico verde-amarillo, es el momento y el reptil marino fuerza sus músculos para dejarse caer sobre su víctima, el reverberar del agua advierte al quelónido y logra escabullirse por milímetros, la juventud y falta de experiencia del mosasaurido le impiden dar con su alimento en el último instante, frustrado gira sobre si mismo y de un coletazo se enfila en dirección al mar profundo pasando entre una pareja de Tylosaurus, lejanos primos superdesarrollados.


En la superficie, helechos, coníferas y magnolias llenan de verde el suelo, estas últimas las primeras plantas con flores capaces de dar a luz hermosos pétalos blancos y rosáceos que llenan el ambiente con aromas poliníferos entre los que los gigantescos insectos pululan ansiosos, el limpio cielo de un azul intenso es surcado por gigantescos Pterosaurios de vivos colores rojos y azules opalescentes moviéndose cuál obscenos danzarines prehistóricos entre las escasas nubes cretáceas.


Los últimos doscientos millones de años la temperatura había ido ascendiendo lentamente y los continentes continuaban su peregrinar por el globo, en esta parte en particular del planeta esto había favorecido a la flora y fauna dándole un crisol de formas y tamaños difíciles de encontrar en otro sitio.


Un Ornitocheirus pasa raudo con un gran pez aún luchando entre sus fauces, sus alas de 12 metros le dan un empuje fantástico y su cuerpo liviano le convertían en un verdadero asesino del aire, era el único dinosaurio capaz de volar centenares de kilómetros sin dar un solo aleteo, su hocico tenía la característica cresta huesuda y su cuerpo no pesaba más de 100 kilos, gracias a sus huesos huecos y aerodinámicos. Desde las rocas, cientos de Quetzalcoatlus lo miran pasar, abren sus alas y le graznan amenazadoramente, estos dinosaurios eran los vertebrados voladores mas grandes de todos los tiempos, el a diferencia del Ornitocheirus volaba planeando y se servía de las corrientes térmicas para elevarse a grandes alturas, su alimento predilecto era la carroña, la que le era fácil encontrar por su agudo sentido de la vista, con su cuello largo y sus mandíbulas desprovistas de dientes era capaz de devorar todos los restos de cualquier dinosaurio muerto en los alrededores.


Tras un par de aletéos llega a su nido entre las rocas calcáreas, ramas, huesos y restos de piel y escamas eran el cómodo nido en el que descansan 3 huevos azulinos que son delicadamente protegidos por otro reptil volador tan grande como el mismo, el ave en el nido grazna y el Ornitocheirus en el aire hace una maniobra en círculo preparando el aterrizaje, con una sobrecogedora precisión posa sus garras sobre el borde del nido sin hacer mella en el, sus dentados picos se entrecruzan en un delicado saludo, comparten el alimento y el cuidado de su progenie.


Mientras en el borde costero una manada de Iguanodones camina entre las arenas y el mar fijando su vista en el horizonte, un rayo de luz cruza los cielos cegadoramente dejando una larga estela de humo gris sobre sus cabezas, el objeto brama rompiendo la barrera del sonido y cae en un ángulo de 45 grados golpeando el mar frente a sus ojos de reptil asombrados, luego de un instante una gran ola de choque desata el caos absoluto, los dinosaurios barritan previendo lo inevitable, un calor insoportable arrasa con todo incendiando el aire, los árboles y la arena, el Ornitocheirus cubre a sus huevos con un gesto inútil, los Iguanodones caen inertes envueltos en llamas sobre la playa de roca incandescente, las magnolias son solo zarzas ardientes...probablemente y solo probablemente, así fueron los últimos cinco minutos de los dinosaurios sobre la faz de la Tierra.

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