domingo, 29 de enero de 2012

Cara a Cara

Mientras suenan los últimos acordes de una curiosa versión instrumental de “Super Freak” de Rick James como música de la mascarada, el millonario Bruce Wayne baja las escaleras enfundado en un traje armani de color negro azabache, va pasando entre los invitados y nadie nota que camina con la cara limpia sin ocultarse, desapercibido entre la multitud de plumas y lentejuelas transita como una sombra hasta el centro del ciclópeo salón.
Siouxsie empieza a cantar "Face to Face" con una voz exquisitamente aguardentosa mientras el Señor Shreck ataviado con un vistoso turbante violeta se le acerca, intercambian un par de palabras y el cincuentón se retira rumbo al segundo piso mientras la exótica percusión y los sensuales violines siguen sonando en la fría noche de Diciembre.
Tras el canoso hombre de turbante y antifaz de plumas que sube las marmóreas escalas y casi sin notarlo, aparece Selina Kyle (sin antifaz), de cabello dorado e impecablemente vestida con un traje ajustado y negro como la pez.
Al momento sus miradas se encontraron haciendo brillar sus ojos, ella dio unos pasos felinos hacia el y se abrazaron en medio de la pista danzando levemente erotizados por las vibraciones sonoras de la música de la insigne cantante británica.

Entre todas esas máscaras y bailarines anónimos, son los únicos que no van ataviados a la usanza, por que entienden que las identidades de Bruce Wayne y Selina Kyle son sus disfraces.
Selina lo besa apasionadamente, el devora sus labios, la mujer mueve su cuello mientras Bruce le besa, recorre con sus ojos las paredes del salón subiendo la mirada en ángulo hasta quedar observando el amplio techo y le dice:
-“Me cansan los disfraces, Bruce” y queda fija en un punto al centro del arco principal del cielo, apenas ve la rama de muérdago colgante le dice al hombre al oído:

-"Mmmm, el beso bajo el muérdago, el muérdago puede ser mortal si lo comes"

-"Un beso también puede serlo Selina" replicó Bruce...

Se hizo un pesado silencio entre los jóvenes mientras caían en cuenta que en realidad sus verdaderas identidades eran las de dos mortales enemigos, mirando a Bruce con una lágrima rodando por su mejilla y algo sorprendida le dice:

-Significa esto que debemos matarnos?

Bruce replica:
-"No, solo significa que tenemos que salir de aquí, ahora"...

miércoles, 25 de enero de 2012

Cuando llegue el ocaso (II parte)

15 de diciembre de 1899
Algún lugar del Oceano Atlántico
13:46 PM

El barco se mecía como una cuna mientras el agua salada regalaba una fresca brisa a esas horas del día, Ferdinand había decidido viajar a casa de sus primos en Sudamérica, más específicamente a Chile, un pequeño país muy próspero según sus familiares quienes le contaban las maravillas de sus avances y lo bello del lugar. Su querido primo Jean Silver le había obsequiado una casona en el Barrio de La Recoleta, en el norte de Santiago, un lugar apacible con una hermosa estación de trenes muy cerca de allí y lejos del centro para gozar del silencio que ahora requería.

Al frente del caserón existía un hermoso cementerio inaugurado en 1821, cuya fachada estaba siendo terminada de decorar y que supuestamente sería inaugurada para principios de 1900, la ciudad era bullente y se notaba que la prosperidad estaba en camino.

Este viaje iba a ser muy largo, 27 días de viaje para tocar tierra en el puerto de Buenos Aires primero, solo esperaba no sucumbir a la tristeza de la perdida en medio del mar silencioso.

La noche anterior Ferdinand había utilizado dos coches para el traslado de su equipaje a bordo del “Terranova”, el joven médico desembolsó altas sumas de dinero para poder llevar su cargamento a una pequeña bodega privada en el interior de la nave, sus muebles, las pinturas de su amada y el innumerable material médico le hizo imposible el ocupar solo un coche, además utilizó varios gitanos y negros que descargaban presurosos los bultos a plena medianoche.

La redonda luna gibosa les caía con luz enferma y amarillenta en las espaldas, uno a uno los paquetes y bultos fueron movidos a la oculta bodeguilla en el vientre del barco.
Con los dos coches cási vacíos la tarea estaba por ser completada, solo quedaba en el último vehículo una gran caja de madera y metal, que tenía un rótulo de “Frágil” en un costado que aparentaba estar muy bien sellada y que medía aproximadamente unos dos metros de largo por uno de ancho.

Un fuerte olor químico manaba desde la gran caja, al parecer la formalina o algún derivado de la misma pudo accidentalmente haberse derramado sobre ella inundando el ambiente de un hedor narcotizante. Cinco estibadores se colocaron a los lados del aparatoso bulto para levantarlo, mas, al momento de poner sus cansadas manos sobre la madera sintieron su contenido gélido, pesado y mirándose de soslayo murmuraron nerviosos y se persignaron temblando en la fría noche.

Por un momento aquel grupo hizo el ademán de rechazar esta extraña y fría carga pero a un grito de Pierre, su capataz y encargado de la estibación, se pusieron en fila y bajaron hasta la muda bodega encorvados bajo el peso del largo cajón con una extraña mueca de palido terror en sus rostros. (Continuará)

martes, 24 de enero de 2012

Cuando llegue el ocaso (I Parte)

Paris, Francia
12 de diciembre de 1899
06:06 AM

- “Anemia perniciosa…”
Esgrimió el doctor Blanchard, mientras Ferdinand Silver miraba con dolor el cuerpo de su amada Drusille De Sang yaciendo sin vida sobre la cama de blancas sabanas a la rosada luz del amanecer, el joven hombre se dio media vuelta y miró por la ventana las brumosas calles de su querida ciudad luz, hacía demasiado frío y el sol ya empezaba a asomar tímido entre las escasas nubes en el horizonte, sin que él percibiera ninguna nota de calor en aquellos rayos invernales que tocaban su rostro.

- “Ordenaré inmediatamente la autopsia, Monsieur Silver” dijo el galeno con un acento urgente.
- “No!”, dijo firmemente Ferdinand apretando el marco de la ventana, “Quiero que el cuerpo de mi mujer quede intacto cuando llegue a su descanso eterno Guillaume”
- “Colega, usted sabe que este trámite es de rigor, por el tema de las pestes y esas…”
Fue interrumpido por un gesto brusco de la mano de Ferdinand.
- “Nadie tocará el cuerpo de mi esposa Guillaume, ni siquiera usted!!!. Mi mujer será enterrada en la cripta familiar y punto!”
- “Pero no puedo permitir eso Ferdinand, es ilegal, cuando las autoridades se enteren…”.
- “Me importan un carajo sus autoridades!, Guillaume, al igual que usted soy médico y puedo firmar la autorización necesaria, usted lo sabe!, ahora por favor retírese y déjeme despedirme de mi esposa”
-“Esta bien, pero lo denunciaré a la colegiatura médica Ferdinand” replicó el anciano médico familiar retirándose de aquel cuarto.

Ahí en ese instante Ferdinand, en una fría y casi absoluta soledad, sintió como aquel dolor sordo surgía desde el fondo de su pecho, la mujer que había amado por seis años de su vida no le acompañaría más, se arrodilló al lado del lecho y tomó la fría mano de Drusille y la besó, la besó muchas veces mientras sendas lágrimas le corrían por las mejillas, se quedó así mucho tiempo y habría seguido aferrando su mano eternamente, mas aquella mano suave y ahora fría como el hielo ya no respondería a su toque tierno, tomando valor se levantó lentamente del lado de la cama, Ferdinand suspiró y una vez más la miró con el pecho ardiendo con las llamas de la pena haciendo hervir sus ojos, inexorablemente ese bello cuerpo que había sido suyo sería puesto bajo tierra para ser ofrendado a la eternidad, negándole sus favores y su amor para siempre.

La expresión calma y cási feliz en el rostro de la joven mujer le daba a sus bellas facciones la impresión de haber caído en un sueño plácido, Ferdinand se inquietó al mirar sus labios de un rojo cereza intenso, no era el talante de alguien que acaba de morir, mas pensó, es mejor que se haya ido en paz y sin angustias.

“De hecho, esas raras marcas que vi la otra noche en la base de su cuello…desaparecieron…” (Continuará...)