martes, 24 de enero de 2012

Cuando llegue el ocaso (I Parte)

Paris, Francia
12 de diciembre de 1899
06:06 AM

- “Anemia perniciosa…”
Esgrimió el doctor Blanchard, mientras Ferdinand Silver miraba con dolor el cuerpo de su amada Drusille De Sang yaciendo sin vida sobre la cama de blancas sabanas a la rosada luz del amanecer, el joven hombre se dio media vuelta y miró por la ventana las brumosas calles de su querida ciudad luz, hacía demasiado frío y el sol ya empezaba a asomar tímido entre las escasas nubes en el horizonte, sin que él percibiera ninguna nota de calor en aquellos rayos invernales que tocaban su rostro.

- “Ordenaré inmediatamente la autopsia, Monsieur Silver” dijo el galeno con un acento urgente.
- “No!”, dijo firmemente Ferdinand apretando el marco de la ventana, “Quiero que el cuerpo de mi mujer quede intacto cuando llegue a su descanso eterno Guillaume”
- “Colega, usted sabe que este trámite es de rigor, por el tema de las pestes y esas…”
Fue interrumpido por un gesto brusco de la mano de Ferdinand.
- “Nadie tocará el cuerpo de mi esposa Guillaume, ni siquiera usted!!!. Mi mujer será enterrada en la cripta familiar y punto!”
- “Pero no puedo permitir eso Ferdinand, es ilegal, cuando las autoridades se enteren…”.
- “Me importan un carajo sus autoridades!, Guillaume, al igual que usted soy médico y puedo firmar la autorización necesaria, usted lo sabe!, ahora por favor retírese y déjeme despedirme de mi esposa”
-“Esta bien, pero lo denunciaré a la colegiatura médica Ferdinand” replicó el anciano médico familiar retirándose de aquel cuarto.

Ahí en ese instante Ferdinand, en una fría y casi absoluta soledad, sintió como aquel dolor sordo surgía desde el fondo de su pecho, la mujer que había amado por seis años de su vida no le acompañaría más, se arrodilló al lado del lecho y tomó la fría mano de Drusille y la besó, la besó muchas veces mientras sendas lágrimas le corrían por las mejillas, se quedó así mucho tiempo y habría seguido aferrando su mano eternamente, mas aquella mano suave y ahora fría como el hielo ya no respondería a su toque tierno, tomando valor se levantó lentamente del lado de la cama, Ferdinand suspiró y una vez más la miró con el pecho ardiendo con las llamas de la pena haciendo hervir sus ojos, inexorablemente ese bello cuerpo que había sido suyo sería puesto bajo tierra para ser ofrendado a la eternidad, negándole sus favores y su amor para siempre.

La expresión calma y cási feliz en el rostro de la joven mujer le daba a sus bellas facciones la impresión de haber caído en un sueño plácido, Ferdinand se inquietó al mirar sus labios de un rojo cereza intenso, no era el talante de alguien que acaba de morir, mas pensó, es mejor que se haya ido en paz y sin angustias.

“De hecho, esas raras marcas que vi la otra noche en la base de su cuello…desaparecieron…” (Continuará...)

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